domingo, 16 de julio de 2017

LAS BATALLAS DE LAS TERMÓPILAS, ARTEMISIO, SALAMINA Y PLATEA ( LA UNIDAD DE GRECIA DERROTA AL REY DE REYES PERSA JERJES)



En el angosto paso de las Termópilas, en el norte de Grecia, siete mil soldados griegos se enfrentaron a la mayor fuerza de combate jamás reunida hasta entonces: casi trescientos mil soldados del poderoso Imperio persa. A la vanguardia de los helenos, estaban trescientos de los más feroces guerreros de la Antigüedad: los espartanos. Era el año 480 a. C. Durante siglos, los expertos en historia militar han mostrado un interés inusitado por estos espartanos debido a su valentía, honor y sacrificio en las Termópilas, un enfrentamiento del que ninguno de ellos salió con vida. Pero su importancia no sólo radica en cómo un puñado de espartanos tuvo en jaque al Gran Rey persa. Además, la batalla de las Termópilas es recordada como la confrontación que determinó el curso de la civilización occidental y el destino de la democracia. En aquel desfiladero, pocos lucharon contra muchos… y trescientos valientes libraron su última lucha, una gesta que desde la Antigüedad ha alimentado la leyenda hasta convertirla en un auténtico mito fundacional de la cultura europea.


En el año 480 a. C., el Gran Rey Jerjes, gobernante del poderoso Imperio persa, llegó al nordeste de Grecia a la cabeza de la mayor fuerza de combate jamás reunida en el mundo antiguo. Las últimas estimaciones hablan de un ejército de unos trescientos mil hombres, pero hay historiadores que creen que podría haber alcanzado los dos millones. Una flota de alrededor de un millar de barcos de guerra escoltaba al enorme ejército de tierra. Ningún griego había visto pasar un contingente tan colosal de soldados dispuestos al combate. El ejército persa resultaba una fuerza poderosa y prácticamente invencible en todo el mundo antiguo.


Las fronteras del Imperio persa se extendían desde el río Indo en la India, hasta el río Nilo en Egipto. Disponía de una riqueza enorme. Durante varios años, el rey Jerjes utilizó ese poder para reunir soldados, construir barcos y comprar suministros y vituallas para su invasión de Grecia. Su intención era reducir la ciudad-estado de Atenas a cenizas. « Existía una increíble diferencia de tamaño entre ambos adversarios. Grecia contaba con una población de unos quinientos o seiscientos mil habitantes y prácticamente no tenía influencia en el mundo. No era más que un rincón en el mundo antiguo con una relevancia casi nula. El Imperio persa, formado por multitud de pueblos distintos, era el mayor imperio del mundo en esa época. Las fuerzas eran desproporcionadas» , explica Richard A. Gabriel, historiador militar, profesor del U. S. Army War College y autor de Empires at War.


Algunos historiadores creen que Jerjes intentaba conquistar Atenas para ampliar su imperio hacia el oeste. Otros opinan que su intención era castigar a la polis por apoyar una rebelión contra Persia veinte años atrás. Defienden que el soberano persa tenía el propósito de terminar con la sublevación de los griegos asiáticos y conquistar Grecia para cortar definitivamente los apoyos que los colonos recibían para sus aspiraciones de independencia en Asia Menor. Sea cual fuere el motivo del ataque de Jerjes, se produjo en un momento crucial de la historia de Atenas. « La democracia, uno de los cimientos de la civilización occidental, era aún muy reciente y esta invasión amenazó con destruirla en sus primeros pasos» , mantiene el arqueólogo y especialista en Oriente Próximo David George.


Ante el peligro común, los griegos, como era tradicional, no coincidieron en sus apoyos. Algunas polis, como las ciudades jonias de Asia, las insulares Andros, Thenos y Paros, así como Tesalia y Beocia tomaron partido por Jerjes, bien por temor, bien por interés económico. Otras decidieron permanecer neutrales. Los demás pueblos griegos —cerca de una treintena, con Atenas, Esparta y los argivos a la cabeza— se reunieron en Corinto y establecieron un pacto por el que se comprometían a mantener una estrategia común y luchar juntos. Como primera línea de resistencia, eligieron el angosto desfiladero de las Termópilas (que traducido al castellano viene a ser algo así como Puertas Calientes, por los manantiales calientes que aún hoy día se encuentran en la zona). La escuadra aliada se establecería en el extremo de la isla de Eubea, junto a un santuario dedicado a Artemisa. No consiguieron ponerse de acuerdo en un mando común. Así que el espartano Leónidas se encargaría de defender las Termópilas con una coalición de soldados de diferentes polis, además de sus famosos trescientos guerreros espartanos. Mientras, el ateniense Temístocles protegería Atenas con su flota.


Jerjes reunió su ejército en la provincia persa de Lidia, en la actual Turquía, y marchó mil trescientos kilómetros hacia Grecia bordeando el mar Egeo. Cuando llegó en agosto del año 480 a. C. a las Termópilas, los griegos habían organizado su defensa en un paso estrecho entre las montañas y el mar. En aquel sitio histórico tendría lugar tres días de batalla que marcarían de un modo definitivo el futuro de la humanidad.





LA DURA VIDA ESPARTANA

En esta época, Grecia no era todavía un país unificado, sino un conjunto de pequeñas ciudades-estado que a menudo se enfrentaban por la supremacía regional. Las mayores, Atenas y Esparta, eran rivales acérrimas. Pero en las Termópilas dejaron de lado sus diferencias y se unieron para luchar contra su enemigo común.

Al frente del ejército griego escogieron al rey espartano y futuro héroe de las Termópilas, Leónidas. Era uno de los hijos del rey agíada Anaxandridas II y sucedió en el trono, probablemente en 489 o 488 a. C., a su hermanastro Cleómenes I. Leónidas, como todo espartano, nada más nacer tuvo que enfrentarse al primer desafío de su vida militar: ser examinado por un anciano en busca de defectos. « Lo primero que hacía el Estado en cuanto un niño salía del útero de su madre era examinarlo y decidir si era o no apto para vivir en esa sociedad» , explica David George.


Se trataba de una sociedad de guerreros extremadamente rigurosa; no admitían a nadie que pudiese ser débil. « Si un bebé tenía cualquier mínima imperfección lo llevaban a una colina sagrada para dejarlo morir allí. Lo único que importaba eran los beneficios que el niño reportaría al Estado» , explica el historiador y escritor Steven Pressfield, autor de Puertas de juego, novela histórica que narra la vida de Xeones, un griego de la polis de Askantos que, tras ver arrasada su ciudad, acaba como soldado del ejército espartano en las Termópilas.


Para darnos cuenta del régimen de vida en aquella sociedad, en Esparta sólo dos personas podían tener una lápida con su nombre: « un hombre que moría en combate y una mujer que moría durante el parto. Los dos actos se consideraban dar la vida por el Estado. El parto y la educación de los hijos no eran asuntos de la familia, ni de un individuo, sino del Estado» , explica David George. Mientras que los bebés fuertes sobrevivían, muchos de los hijos de estos guerreros perecieron, convencidos sus verdugos de que no lograrían sobrevivir al programa de adiestramiento espartano, cuyo objetivo era transformarlos en máquinas de matar.


Como sabemos por el historiador y geógrafo griego Heródoto (484-425 a. C.), quien recurrió a fuentes orales y escritas a la hora de narrar las guerras médicas entre Grecia y Persia, en su Historia, primera fuente de información de la batalla de las Termópilas, a la edad de siete años, todo niño espartano era alejado de su familia para ingresar en los campamentos de instrucción militar. Hasta que cumplía esa edad, pasaba con su madre la mayor parte del tiempo, su padre lo visitaba, tenía una vida muy próxima a lo que consideramos la normalidad infantil. Pero, después, pasaban a una especie de sistema estatal de educación, basado en una severa vida militar.


El joven Leónidas fue adiestrado y aprendió a matar bajo el duro concepto de « la agogé, la educación espartana, consagrada al dominio de las armas y según la cual todo lo que hacía un niño era entrenar durante doce años, hasta el momento de ingresar en el ejército» , indica el escritor Steven Pressfield, quien ha investigado diversas fuentes, de Heródoto a historiadores contemporáneos, para describir al detalle las tácticas militares espartanas en su libro Puertas de fuego. Su educación se centraba en la destreza militar, la disciplina y la dureza. « Toda la sociedad lacedemonia estaba orientada a intentar despojarte de tu identidad individual» , dice el arqueólogo David George. Según el filósofo e historiador Jenofonte (431-354 a. C.), aquéllos que no habían pasado por la agogé eran ciudadanos de categoría inferior que no podían acceder a las magistraturas
ni a los cuerpos de élite.


Para asegurarse de que los chicos eran duros, se los azotaba en grupo hasta que sangraban y el que más resistiese recibía grandes honores. El nivel de violencia aumentaba conforme se hacían may ores. A medida que crecían, su formación era cada vez más intensa. Estos adiestramientos podían incluso resultar mortales. Era un modo de prepararlos a ver morir en los campos de batalla a sus amigos y camaradas de juventud.


Una de las pruebas finales de todo joven espartano consistía en introducirse en el barracón de un ilota (esclavo) durante la noche y asesinarlo. « Cada cultura, a lo largo de toda la historia, tiene su propia versión del rito masculino de iniciación. En la sociedad espartana, uno no se convertía en un hombre hasta que estrangulase a alguien hasta matarlo» , explica Richard A. Gabriel. Sin embargo, la clave de este ritual no era el asesinato en sí. « Tenían que hacerlo sin que los descubriesen. El objetivo de esta práctica era adiestrarlos en el arte de la evasión, el arte de ser un buen soldado, el arte de ser sigiloso. Así que si los descubrían eran castigados severamente» , añade.


A los dieciocho años, como con el resto de los espartanos, la educación de Leónidas terminó. Aprendió a matar o morir, e ingresó en el ejército. « Para los padres espartanos, era uno de los momentos de su vida en que más orgullosos se sentían. En especial para las madres, y a que daba sentido al sacrificio que habían hecho por el Estado. A los siete años, enviaban a sus hijos a convertirse en guerreros, y a los dieciocho, los mandaban a la batalla. Una de las historias más conmovedoras es la de una madre espartana que envió a su hijo a la guerra y, al entregarle el escudo, le dijo: “Regresa victorioso con tu escudo o como un cadáver sobre él”. Es decir, gana la batalla o muere» , señala David George. « Los espartanos fueron los primeros profesionales de la guerra entre los ciudadanos de las polis. Todos los veranos iban hasta el paso que los separaba de la ciudad más próxima y peleaban con fiereza entre si. Tenían sus espadas, sus lanzas y sus escudos sobre la chimenea y, cuando llegaba la estación estival, iban a machacarse los sesos unos a otros» , mantiene Pressfield. Así que los conflictos regionales en los que participó Leónidas, sin duda, le sirvieron de preparación para la batalla definitiva contra los persas en las Termópilas.





LA ALIANZA DE ATENAS Y ESPARTA

En el 481 a. C., un año antes de la batalla de las Termópilas, un espía griego descubrió que el rey persa Jerjes estaba movilizando su ejército de casi trescientos mil hombres. Jerjes pretendía reducir la ciudad-estado griega de Atenas a cenizas. Cuando los atenienses descubrieron el plan del Gran Rey, se dieron cuenta de que necesitarían ayuda, por lo que hicieron un llamamiento general a sus aliados y amigos para que vinieran a defender Grecia. Su llamada no causó demasiado efecto porque nadie concebía Grecia aún como una nación. Entonces no era más que un conglomerado de ciudades-estado que luchaban entre sí con más frecuencia de la que luchaban juntos. A pesar de sus malas relaciones, los atenienses consiguieron la ayuda de uno de sus principales rivales regionales: los espartanos.



Según era costumbre en la época, antes de decidir si ayudarían a los atenienses, los espartanos consultaron a un oráculo. Eran un pueblo muy religioso, y una de las formas más comunes de interpretar la voluntad de los dioses era consultar a una pitonisa o sacerdote que, supuestamente, daba la respuesta de la deidad. Sobre todo, eran muy devotos del oráculo de Delfos, en la falda del monte Parnaso, que desde aproximadamente el año 1400 a. C. era uno de los santuarios griegos más sagrados y consultados para cualquier empresa importante.




 En un templo erigido al dios Apolo sobre una pequeña grieta, una pitia o pitonisa recibía a los que buscaban orientación y caía en un estado similar al trance. Según algunos expertos, la explicación al éxtasis del oráculo podría estar en los vapores de etileno que emanan de la intersección de tres profundas fallas existentes en la tierra. Sea como fuere, en aquella ocasión el oráculo habló a la pitonisa del templo: « Hombres de Esparta, vuestra gloriosa ciudad será tomada por los hijos de Persia o toda Esparta deberá llorar la pérdida de un rey… Un rey descendiente del gran Hércules» , dijo.


« Leónidas creyó que el oráculo se refería a él, a que su muerte, su sacrificio, salvaría Esparta» , asegura David George. Convencido de ser un descendiente de Hércules al que los dioses habían elegido para salvar Esparta, anunció a los ancianos espartanos que ayudaría a los atenienses a luchar contra los persas. Su decisión tuvo una explicación mítica, pero también estaba motivada por el temor a una posible amenaza persa a su ciudad-estado. « Tuviese o no Jerjes la intención de ocupar Grecia, los espartanos creían que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y decidieron unir fuerzas con los atenienses. Además, si iban a defenderse de los persas mediante un ejército conjunto, lo más lógico es que lo dirigiesen los mejores soldados de Grecia» , señala Richard A. Gabriel. Sin embargo, el consejo espartano no estaba plenamente convencido y sólo permitió que Leónidas llevara un pequeño ejército de trescientos hombres. Según apuntan algunos historiadores, cuando Leónidas solicitó la dispensa para alinear a sus tropas, eludiendo la celebración de la festividad religiosa de Carneia (período en que los soldados griegos no podían luchar ni hacer maniobras militares por respeto a los dioses) no obtuvo la autorización. Sólo pudo contar con trescientos hombres de su guardia personal con los que habría de intentar, junto a los aliados, bloquear el paso hasta que, pasada la fiesta religiosa, el resto de su ejército fuera autorizado a reunirse con él.


Así que Leónidas escogió a sus mejores guerreros… pero sólo a aquéllos que ya habían engendrado un heredero varón para que, caso de morir, garantizaran que su linaje sobreviviría. « No sabemos si Leónidas desde un principio pensó que se trataba de una misión suicida. Lo que sí comprendió es que seria una batalla magnífica que reportaría gloria a Esparta y a él mismo. Lo cual era una gran motivación» , sostiene el historiador militar Gabriel. « Los otros nueve mil espartanos del ejército, que no habían sido seleccionados para ir al combate y que también habían nacido para luchar, sabían que eran excluidos, ellos y sus familias, de la inmortalidad, además, por supuesto, de no participar en la salvación de Grecia» , asegura Steven Pressfield. Leónidas se enfrentaría a un reto formidable. Combatiría contra una fuerza bélica que dominaba el mundo desde hacía casi un siglo.



EL PODEROSO IMPERIO PERSA

Remontémonos a setenta años antes de la batalla de las Termópilas. En el año 549 a. C., Ciro II el Grande unificó todas las tribus de lo que hoy es la región central de Irán. Asaltó las montañas con un ejército que se componía de infantería ligera y pesada y de caballería. Entonces él y a se había percatado de la importancia de la caballería y, contratando tribus de jinetes expertos, dio comienzo a una tradición, que en aquella época formaba aproximadamente el veinte por ciento del ejército persa, mientras el restante ochenta por ciento lo componía la infantería. Esta combinación hacía que los persas fueran imbatibles en las llanuras de Asia. Cuando la infantería atacaba la línea del frente del enemigo, la caballería atacaba los flancos, haciendo que se descompusieran. Con estas técnicas, en el transcurso de veinte años, Ciro conquistó cuatro grandes reinos de Asia: Media, Licia, Lidia y, finalmente, en el año 539 a. C., la poderosa Babilonia. Así el imperio que gobernó se extendió desde la India hasta Egipto. El Imperio persa fue el más grande y próspero en la larga historia de los imperios de Oriente Próximo.


Ciro dividió su imperio en veinte provincias, llamadas « satrapías» , al mando de las cuales había un gobernador o sátrapa cuy a traducción en castellano vendría a ser « protector de la tierra o país» , quien en lugar de obligar a los pueblos conquistados a adoptar las creencias persas, les permitía gobernarse a sí mismos y practicar su propia religión. « Mientras pagasen impuestos al gobierno central —explica Richard A. Gabriel—, en términos generales, podían mantener su propia forma de vida. No intentaron imponer una única religión, ni siquiera un único código civil» .


En este sentido, muchos historiadores consideran a Ciro como un libertador. Este comportamiento compasivo era casi desconocido en la Antigüedad y podría haber sido la causa de la batalla de las Termópilas. El antecedente se encuentra en el año 546 a. C., cuando Ciro conquistó las colonias griegas de la provincia de Jonia, en la actual Turquía. Según solía hacer, permitió que los gobernantes locales permanecieran en el poder. El caso es que los sojuzgados griegos no deseaban el dominio persa y las sublevaciones comenzaron. Unos cincuenta años más tarde, en el año 499 a. C., las colonias griegas se rebelaron, lo que dio lugar a las guerras médicas.


El bisnieto de Ciro, el rey Darío I, dio a las satrapías una organización definitiva, e incrementó su número a veintitrés. Los sátrapas eran elegidos directamente por él, generalmente entre miembros de la nobleza. Ejercían el poder judicial y administrativo, cobraban los impuestos, se encargaban del orden público y de reclutar y mantener el ejército. Darío I se ocupaba de su supervisión. En un principio permitió a los gobernantes locales de Jonia hacer frente a la revuelta. Pero los rebeldes recibieron ayuda externa de su madre patria, Atenas, que envió fuerzas para ayudar a la sedición. Con la ayuda ateniense, los rebeldes destruyeron Sardes, la capital de Jonia. « El fuego comenzó a extenderse de casa en casa hasta que el pueblo entero estuvo en llamas… y Sardes fue reducida a cenizas. Entre sus ruinas se encontraba el templo de una diosa nativa: Cibeles. Cuando los persas lo vieron destruido, lo utilizaron como pretexto para incendiar templos en Grecia» , escribe Heródoto acerca de la rebelión. Se había desencadenado la Primera Guerra Médica. Esta revuelta jónica fue el origen de lo que sucedería durante los siguientes casi ochenta años entre persas y griegos y terminaría por llevar a Atenas y Persia a un conflicto abierto. Atenas había despertado a un gigante dormido. « El rey Darío se enfureció hasta el punto de que ordenó que uno de sus sirvientes le dijese antes de dar el primer mordisco a cada una de sus comidas: “Señor, acordaos de los atenienses”. Darío juró vengarse de ellos» , indica Pressfield. En el año 490 a. C., diez años antes de la batalla de las Termópilas, el rey persa Darío había enviado su ejército a través del Egeo para destruir Atenas. Era el momento de la venganza, que desembocó en una de las más célebres batallas de la historia de Grecia: la batalla de Maratón . Pero el primer intento de venganza de Persia contra Atenas fracasó estrepitosamente. Un gran imperio como Persia y un gran rey no podían permitir un insulto a su prestigio como la derrota en Maratón.


Darío planeó otra invasión, pero falleció antes de llevarla a cabo. La responsabilidad de la venganza pasó a manos de su hijo: Jerjes I, cuyo nombre significaba « gobernador de héroes» . Fue coronado en octubre de 485 a. C. y pronto tuvo que enfrentarse a varias rebeliones, en Egipto y en Babilonia, que fueron sofocadas enérgicamente, antes de arriesgarse a cometer los errores de sus predecesores, especialmente su padre, quienes no fueron muy afortunados en sus intentos de conciliar a los pueblos sometidos con el régimen persa. Como todos los monarcas de la antigüedad de Egipto, Siria o Persia, Jerjes fue educado para ser un rey guerrero, por lo que, además de asistir a clases de filosofía, matemáticas y tácticas militares, tuvo que aprender a luchar. Cuando se convirtió en rey, Jerjes sólo tenía una cosa en mente: castigar a Atenas por su intromisión en la revuelta jónica en Asia Menor. Durante diez años, planeó su impresionante ataque. « Jerjes fue un hombre que nació para gobernar y fue educado para ser tan buen guerrero como gobernante. Y lo consiguió. La única razón por la que está mal considerado en Occidente, según parece, es porque trató de incendiar Atenas» , mantiene Richard A. Gabriel.




PREPARATIVOS DE JERJES

Jerjes planificó la operación con sumo cuidado. Firmó alianzas y consiguió ganarse el apoyo de algunos estados griegos (Tesalia, Macedonia, Tebas y Argos), reunió una gran nota y un gran ejército. Además, mandó excavar un canal a través del istmo que comunicaba la península del monte Athos con el continente europeo, ordenó almacenar provisiones en escalas a lo largo de la ruta que recorría Tracia y erigió un puente para atravesar el Helesponto, un estrecho de un kilómetro y medio de ancho que conecta Asia con Europa, al sur del mar Negro.


Jerjes necesitaba hacer que su ejército de trescientos mil hombres cruzase el Helesponto (los Dardanelos). El trayecto entre Asia y Europa por tierra suponía rodear el mar Negro, lo que suponía unos dos años de marcha y obligaría a Jerjes a conquistar muchos otros pueblos. Para conseguir que su gran ejército cruzase el Helesponto, ahorrándose tiempo y enfrentamientos, ordenó a sus ingenieros construir un puente de pontones de un kilómetro y medio de largo con viejos barcos de transporte. Así, en el año 481 a. C., logró algo imposible: caminar sobre el agua.


« En esa época se estaba produciendo una transición en el diseño de barcos. Se podían comprar muchas naves viejas de carga por poco dinero. Adquirieron unas setecientas embarcaciones y las amarraron entre sí formando un puente» , afirma Gabriel. Los ingenieros de Jerjes utilizaron piedras para anclar cada barco por la proa y la popa; después los amarraron entre sí con dos tipos diferentes de cabos, uno de lino y otro de papiro. Utilizaron un sistema inventado por los egipcios para convertir la médula pegajosa de la planta de papiro en una cuerda resistente y duradera. « Los ingenieros de Jerjes emplearon estos cabos, de una tecnología muy avanzada, para amarrar los barcos de costa a costa. A continuación, clavaron tablones de madera sobre los barcos para crear una superficie plana sobre la que pudieron marchar hombres y animales. Fue una asombrosa hazaña de ingeniería» , explica Gabriel.


El ejército persa cruzó el puente y comenzó la marcha por la orilla del mar Egeo. Unos tres meses más tarde, Jerjes y sus trescientos mil hombres llegaron al norte de Grecia. Avisada por un espía ateniense, la coalición griega y a había establecido dos líneas de defensa. La primera se encontraba en la parte meridional de la península, en el istmo de Corinto, para defender las ciudades-estado del Peloponeso, entre ellas Esparta. La otra, la avanzadilla, estaba en el norte, en el paso de las Termópilas. Aquí, el rey espartano Leónidas comandaba un ejército formado por trescientos guerreros espartanos seleccionados entre los mejores y siete mil soldados de otras ciudades-estado griegas. La coalición estaba compuesta por hombres de Tegea, Fliunte, Corinto, Mantinea, Orcómeno, Tespis, Micenas y Tebas, además de mil hoplitas focios y locrios del resto de
Arcadia.


Un consejero persa informó a Jerjes de la presencia de los siete mil griegos que bloqueaban el extremo este del paso. Su diálogo está descrito por Heródoto en Historia, uno de los primeros informes sobre las Termópilas. « Estos hombres —escribe— han venido para impedirnos tomar el paso y se están preparando según sus necesidades. Si conseguís aplastar a estos hombres y someter al ejército que permanece en Esparta, ningún pueblo, oh rey, levantará una mano contra ti» .


Aparentemente, no era una fuerza de combate suficiente para oponer resistencia. Los persas superaban a los griegos en una proporción de casi cincuenta a uno. En relación al número de efectivos persas, Heródoto, en el Libro VII de su obra indica: « No puedo en verdad decir detalladamente el número de gente que cada nación presentó, no hallando hombre alguno que de él me informe. El grueso de todo el ejército en la revista ascendió a un millón y setecientos mil hombres. El modo de contarlos fue singular: juntaron en un sitio determinado diez mil hombres apiñados entre sí lo más cerca que fue posible y tiraron después una línea alrededor de dicho sitio, sobre la cual levantaron una pared alrededor, alta hasta el ombligo de un hombre. Salidos los primeros diez mil, fueron después metiendo otros dentro del cerco, hasta que así acabaron de contarlos a todos, separados y ordenados por naciones» .


Sin embargo, revisiones de la historiografía actual consideran poco realista esa cifra y la reducen notablemente. La logística para mantener semejante masa combatiente sería imposible en la Antigüedad; piénsese que aún para un número mucho menor, Jerjes necesitaba que su flota fuese en paralelo a la costa, de la que él tampoco se podía alejar, para que le proveyera de suministros. Los cálculos actuales la sitúan entre doscientos y trescientos mil soldados —Eduard Meyer la reduce a cien mil, y el general Von Fischer a cincuenta mil—; de cualquier forma se trataba de un ejército colosal. Pero, a pesar de su inferioridad numérica, en un brillante movimiento estratégico, los griegos superaron la ventaja numérica persa al elegir las Termópilas como campo de batalla.




UN PASO DEMASIADO ESTRECHO PARA UN GRAN EJÉRCITO

Se cree que el desfiladero no tenía entonces más que medio pletro (quince metros) en su tramo más estrecho. En el lado sur, se encuentra el monte Calidromo, de unos 1500 metros de altura. Al otro lado, el mar. La base de la montaña es un acantilado vertical de unos 91 metros. Al norte del paso hay otro acantilado desde el que se domina el mar Egeo. Geográficamente, las Termópilas es un cuello de botella natural entre el norte y el sur de Grecia, donde se encontraban las principales ciudades. « Por lo tanto, Leónidas, los espartanos y todos los griegos sabían que era el único lugar donde podrían oponer resistencia» , indica Steven Pressfield.


Sin duda, Leónidas era consciente de que las Termópilas era la llave para la conquista de todo el norte de la Hélade, pero también una trampa para los enemigos. En un desfiladero angosto, estrecho y de paredes tremendamente altas, no importa de cuántos hombres se disponga, pues la superioridad numérica se anula con la estrechez del paso. « Si observamos la batalla de las Termópilas a vista de pájaro, vemos el estrecho paso que el ejército de tierra tenía que atravesar, y eso representó una ventaja para los griegos, y a que podían utilizar una pequeña cantidad de hombres para reducir el frente y ofrecer una defensa significativa» , señala Richard A. Gabriel.


El desfiladero convirtió la fuerza del ejército persa en su debilidad, ya que su enorme tamaño se transformó en una desventaja: todos sus hombres habrían de atravesar el angosto paso, lo que reducía su capacidad de maniobra. « En la Antigüedad no se podía luchar con más hombres de los que podían combatir frente a frente. Por lo tanto, si se logra reducir ese frente-a-frente a unos pocos cientos de hombres, éstos pueden detener hasta un centenar de miles» , aclara el arqueólogo David George.


Como a menudo sucedía en el mundo antiguo antes de una batalla, Jerjes intentó negociar con Leónidas. « Envió un mensaje que decía: “Estáis en inferioridad numérica, os enfrentáis al mejor ejército del mundo. Deponed las armas y viviréis. De lo contrario moriréis todos”. La posterior amenaza se convirtió en una de las frases más famosas de Heródoto. El mensajero dijo: “Preparaos para morir. Nuestras flechas cubrirán el sol”. A lo que Dienekes, un oficial de Leónidas, respondió: “Mejor, así lucharemos a la sombra”» , cita Richard A. Gabriel. Según parece, Jerjes esperó cinco días a que los griegos depusieran las armas sobrecogidos ante la envergadura de su enemigo, pero no lo hicieron. Hasta el último momento el Gran Rey no creyó que se atreverían a presentarle batalla en condiciones tan dispares.


Leónidas y sus guerreros se prepararon en la formación de combate habitual entre los griegos: la falange, que entre los espartanos se estructuraba a partir de la unidad menor, llamada enomotia, treinta y dos hombres formando ocho filas con un frente de cuatro hombres. Cuatro enomotias componían un pentecostis, cuatro pentecostis un lochos, unidad táctica de infantería equivalente al moderno batallón, y siete lochos lo que los espartanos llamaban un ejército y nosotros denominaríamos una división. Los hoplitas combatían hombro con hombro, con escudos de bronce que cubrían desde el cuello hasta la rodilla y con los que protegían al compañero que tuviesen al lado; una prueba de la inquebrantable fe que tenían en el valor de sus compañeros y el sentido de hermandad que les unía. Cada soldado podía atisbar bajo el escudo al hombre que estaba a su derecha luchando, mientras el enemigo se enfrentaba a un muro de escudos. El conocimiento del terreno y la técnica de falange daban a los griegos ventajas estratégicas y tácticas. Pero, además, las armas griegas eran más prácticas y ligeras.




COMIENZA LA BATALLA

El rey Jerjes cumplió su promesa de cubrir el sol con sus flechas, que lanzaron casi cinco mil arqueros; éstos procedían de tribus de todos los rincones de su imperio. Utilizaban arcos de madera de palma datilera, un material más barato pero que disminuía su alcance. Así que sus lanzamientos desde bastante distancia cayeron sobre los griegos con tan poca fuerza que no llegaron a perforar la pesada armadura hoplita. Las flechas rebotaban en los escudos y en los cascos griegos, prácticamente sin causar ningún daño.



Tras el fracaso del ataque con flechas, los diez mil soldados de la infantería ligera persa cargaron sobre los griegos. Los ejércitos persas se abatieron en oleadas contra ellos, confiando en que su número y abrumadora superioridad acabasen rápidamente con los espartanos, que parecían haberse empeñado en morir allí. Pero el ejército persa se estrelló una y mil veces contra la perfecta formación de combate de los espartanos. Los escudos hoplitas resistieron a las lanzas de mil naciones. Jerjes veía cómo sus hombres calan contra aquel muro sin fisuras de bronce. « Esa masa chocó con la falange griega, que no se movió de su posición debido a que era demasiado compacta. Los griegos detuvieron la aplastante carga. A continuación, pasaron al ataque. Utilizando su disciplinada falange como arma ofensiva, las dos primeras líneas de soldados lanzaron un ataque coordinado con sus lanzas por encima y por debajo del muro de protección» , señala Richard A. Gabriel.



Durante ese primer día de batalla, los persas fueron objetivos fáciles. Su armadura era escasa o inexistente y sus escudos de madera demasiado endebles. « La infantería ligera persa —indica Gabriel— no estaba diseñada para este tipo de batalla, sino para atacar a gran velocidad a ejércitos tribales desorganizados en las amplias llanuras de Asia» . Los griegos resistieron el embate de las poderosas tropas persas con bajas mínimas, mientras que los confiados persas sufrieron numerosas pérdidas, lo que afectó a su ánimo. Dicen que aquella primera noche Leónidas dijo a sus hombres: « Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado» .



« El primer día fue una verdadera carnicería. Los espartanos formaron hombro con hombro, como si fuesen una gran roca, y dejaron que las oleadas de persas rompiesen sobre ellos» , apunta Steven Pressfield. Atascados en el estrecho paso, los persas fueron incapaces de maniobrar. Y tampoco pudieron utilizar su caballería. La pendiente del monte Calidromo por un lado y el mar Egeo por el otro, impidieron una maniobra lateral de la caballería persa. « En las dos batallas griegas que más se han estudiado, Maratón y las Termópilas, se revela la brillantez de los comandantes griegos a la hora de seleccionar terrenos en los que los persas no pudiesen aprovechar su caballería. En Maratón ni siquiera la desembarcaron y, aunque lo hubiesen hecho, no habría supuesto ninguna diferencia, y a que los griegos se habían situado en un frente demasiado estrecho. Y lo mismo sucedió en las Termópilas. La caballería habría resultado totalmente inútil» , explica Gabriel.



TEMÍSTOCLES Y LA BATALLA EN EL MAR

En el paso de las Termópilas, el poderoso rey Leónidas y sus guerreros espartanos lograron rechazar el ataque de la infantería ligera persa. Pero Jerjes no dependía únicamente de su ejército para derrotar a Leónidas y alcanzar Atenas. Frente a la costa de las Termópilas, en una estrecha vía de agua llamada estrecho de Artemisio, aguardaba su armada; mientras se libraba la batalla en tierra, los persas intentaron alcanzar la retaguardia griega por mar. La armada ateniense se había situado en Artemisio, mientras que los persas estaban en Afetas, en la otra boca del estrecho. El objetivo de los persas era atravesar la posición griega, recorrer el angosto estrecho de Artemisio, de 9,6 kilómetros de ancho, y desembarcar tropas detrás de Leónidas y sus guerreros para rodearlos.



El ateniense Temístocles fue el encargado de detener a la flota persa. Muchos historiadores lo consideran uno de los tácticos militares más brillantes de la Antigüedad. « Cuando se alude a la batalla de las Termópilas, inmediatamente se piensa en los trescientos espartanos o en Leónidas, pero, en realidad, el héroe anónimo de la batalla, el artífice de todo, fue Temístocles» , mantiene Richard A. Gabriel. El arqueólogo David George lo compara con « el Winston Churchill de su época» , por su talento político y por su capacidad como analista militar, con gran visión de futuro. « De no ser por él, la batalla de las Termópilas no se habría librado» , defiende.



Temístocles era hijo de un comerciante. Si hubiese nacido en un período anterior de la historia de Grecia, estaría relegado en un rango social inferior y nunca habría conseguido el poder y la influencia que llegó a tener. Pero la democracia que estaba a punto nacer en Atenas, permitió a Temístocles superar los obstáculos de clase. En aquellos días, Atenas desarrollaba una intensa actividad marítima y se convirtió en una fuerza económica y naval en el Egeo. Muchos varones atenienses, entre ellos Temístocles, eran expertos marinos, capaces de navegar por las peligrosas costas griegas. Además de su formación naval, Temístocles tuvo una destacada carrera en el gobierno ateniense, de donde extrajo algunas de sus más valiosas lecciones.



En opinión del escritor Richard A. Gabriel, una de esas lecciones fue el arte de la manipulación y la estrategia política. « No se trataba —afirma— de una política despiadada como, por ejemplo, la de Roma, donde los políticos eran asesinados. Temístocles usó su inteligencia y astucia para llegar al gobierno» . Son estas habilidades las que, por ejemplo, le ayudarían a crear la armada que Atenas necesitaba para enfrentarse a los poderosos persas.



En el año 490 a. C., diez años antes de la batalla de las Termópilas, Atenas no poseía más que unos cien barcos de guerra. Temístocles, que conocía las tácticas persas de primera mano porque había participado en la batalla de Maratón, supo ver algo que los demás generales griegos no vieron. « Los otros generales griegos consideraron Maratón como un triunfo del ejército de tierra sobre la armada. Temístocles, sin embargo, aprendió que no se puede utilizar el ejército de tierra a menos que se tenga apoyo naval» , sostiene Gabriel.



Temístocles fue nombrado Arconte en el 493 a. C., durante la Primera Guerra Médica. Enseguida intuyó que, tras su humillante derrota en Maratón, los persas querrían vengarse y regresarían para terminar lo que habían comenzado. Y no cometerían el mismo error dos veces. En su opinión, los persas iban a llegar por tierra y mar. « Temístocles —añade Gabriel— comprendió la sinergia entre el ejército de tierra y la armada: la fuerza naval sólo podía apoyar al ejército de tierra si dominaban la costa» . Así llegó a la conclusión de que el futuro de Atenas no dependía de aumentar el tamaño de su ejército, que era y a bastante importante, sino de aumentar su flota de guerra.



El problema al que tuvo que enfrentarse fue que nadie le creía. Tanto los generales atenienses como sus conciudadanos pecaban de una confianza excesiva en el ejército y no creían que los persas fueran a regresar. Temístocles recelaba del éxito de Milcíades en Maratón y se convirtió en uno de sus principales rivales. Y tras la caída en desgracia del estratego, Temístocles tomó las riendas de Atenas, preparándose para una nueva guerra contra los persas, lo cual supuso tener que poner en práctica un par de estrategias que, probablemente, salvaron el mundo griego.



En primer lugar, convenció a Atenas de que necesitaba invertir en la armada. Y, quizá aún más importante, encontró el dinero con qué hacerlo. Lo obtuvo en el año 483 antes de Cristo, tres años antes de la batalla de las Termópilas, tras el descubrimiento de una nueva veta de plata en la mina de Laurión. Temístocles consiguió que la nueva riqueza se invirtiera en la flota. Para ello incluso mintió, según asegura el historiador militar Richard A. George, al hacer creer a los atenienses que Egina, una pequeña isla rival, situada frente a la costa de Atenas, representaba una amenaza para la seguridad de sus barcos mercantes. Convencidos los atenienses de la amenaza, Temístocles logró materializar su plan original y la flota ateniense se convirtió en la más poderosa de toda la Hélade. Así, cuando los persas atacaron las Termópilas, junto a la costa estaba Temístocles, como el jefe de una armada lista para hacer frente al enemigo en el angosto estrecho. El primer movimiento de la flota persa fue enviar doscientos de sus mil barcos hacia el sureste, rodeando la isla de Eubea. « Era un intento del comandante persa para evitar que sus hombres gastasen su energía en un ataque directo. Pensaba que los griegos no serían lo bastante estúpidos como para atacarles, por lo que esperó en su base hasta que esa parte de su flota rodeara la isla y a la flota griega» , sostiene Gabriel.



Pero Temístocles hizo un audaz movimiento que sorprendió al comandante persa. A última hora de la tarde, la flota griega dejó su base y desafió a la flota persa, que tenía un tamaño casi seis veces may or. « Era sorprendente. Temístocles tuvo el descaro de atacar a la poderosa armada persa, pero, además, a última hora de la tarde. Esto indicaba que la batalla terminaría pronto, y a que el sol no tardaría en ponerse y una batalla naval no se podía desarrollar en la oscuridad. Así, Temístocles intentaba reducir al mínimo los daños que sufriría si la batalla se complicaba, pues terminaría al caer la noche» , cuenta Gabriel. El comandante persa ordenó que los ochocientos barcos que quedaban bajo su mando entraran en el estrecho. A pesar de estar en inferioridad numérica, Temístocles y su flota se lanzaron sobre los barcos persas en un feroz ataque, embistiéndolos de costado o dejándolos sin remos y, por tanto, sin capacidad de maniobra. Sin duda los griegos tenían las de perder, pero contaban con una gran ventaja: la brillantez estratégica de Temístocles.





LA INESPERADA VICTORIA NAVAL EN ARTEMISIO

Los barcos de guerra atenienses y persas de esa época tenían tres filas de remos (trirremes). Medían unos veintisiete metros de largo por unos cinco y medio de ancho y principalmente estaban construidos con madera de pino, un árbol muy común en el Mediterráneo. « Eran unos barcos ligeros, comparables a una trainera de competición. Su finalidad era embestir y, por tanto, cuanto más ligero fuese, mayor velocidad podría alcanzar» , apunta Richard A. Gabriel. Construido para ser veloz, el trirreme contaba con un casco abierto. La cubierta tenía una o dos pasarelas de madera longitudinales sobre las que se situaba el comandante y unos cuatro marinos. A pesar de contar con una pequeña vela, el trirreme se propulsaba por el esfuerzo de remeros, entre 170 y 220, situados en tres hileras de bancos una encima de la otra. La proa del trirreme terminaba en un espolón, una fuerte y robusta pieza de madera, generalmente de cedro, que es la más resistente, recubierta de hierro, latón o cobre, que se sujetaba a la roda de la embarcación, lo que le permitía embestir los barcos enemigos. Los trirremes podían recorrer una distancia de dos mil metros a quince nudos, lo que permite un fuerte impulso para la embestida. El diseño del trirreme marcó nuevos estándares de prestaciones y versatilidad, y con su aparición las naves de guerra existentes hasta entonces quedaron prácticamente obsoletas.


Cuando los persas llegaron a las Termópilas y a Artemisio, los griegos habían añadido a su flota más de un centenar de barcos. Aun así, la marina persa superaba a la helena a razón de seis a uno. De nuevo, la superioridad numérica persa se presentaba como una desventaja para los griegos. En el estrecho de Artemisio, Temístocles contaba con unos doscientos barcos que no dudó en arrojar con habilidad contra más de ochocientas naves persas. En opinión de Gabriel, Temístocles hizo algo inesperado al atacar la flota persa a última hora de la tarde. « Utilizando una bandera para hacer señales a su flota, Temístocles hizo que todos los trirremes griegos retrocedieran lentamente hasta una zona más angosta del estrecho y formaran un círculo, una táctica usual frente a enemigos superiores en número, denominada kiklos. Tras una segunda señal, la flota griega rompió rápidamente la formación y atacó los barcos persas. Se trataba de un movimiento arriesgado con el fin de que los persas no atravesaran el estrecho de Artemisio, y proteger así a Leónidas y los trescientos espartanos» .


El combate con los trirremes no se fundaba en el abordaje sino en la habilidad de maniobrar y la velocidad para buscar una posición favorable para embestir y abrir una vía de agua en la nave enemiga. « El método más común — precisa Richard A. Gabriel— consistía en acercarse de costado y en ángulo y romper los remos de la nave enemiga; la nave atacante retiraba sus remos, y embestía el enemigo, lo dejaba sin control y escapaba velozmente» . Por lo tanto, lo realmente importante no era tanto el peso o el tamaño del barco, sino su velocidad. Además, era fundamental que los tripulantes estuvieran adiestrados en el uso del espolón, el arma por excelencia de estas embarcaciones.






En el reducido espacio de Artemisio, la flota griega, de menor tamaño, infligió numerosos daños a los barcos persas. Además, capturó treinta de las naves enemigas e hizo numerosos prisioneros. « No sabemos con exactitud por qué a los griegos les fue tan bien el primer día en Artemisio. Los griegos y los persas disponían del mismo tipo de barco, todos eran trirremes, así que no hay razón para pensar en una ventaja en cuanto a su velocidad» , explica David George. Cualquiera que sea la razón, se trató de una gran victoria psicológica para la armada griega. « Tuvo que ser una gran sorpresa para todos. Los persas no esperaban ser derrotados por la pequeña flota griega y no creo que los griegos esperasen una victoria de tanta magnitud» .



En este primer día de batalla Jerjes fue sorprendido y avergonzado por Temístocles y la armada ateniense y, además, perdió cerca de diez mil soldados de infantería frente a Leónidas y los espartanos. En las Termópilas y Artemisio los persas sufrieron grandes daños. Por la noche, cuando los persas regresaban a su campamento a lamerse las heridas, estalló una terrible tormenta y los soldados de Jerjes fueron acosados también por los truenos, el viento y la lluvia. 




La flota persa de doscientos barcos que habla sido enviada a rodear la isla de Eubea fue sorprendida por la tormenta. El mar Egeo se tragó los doscientos barcos. Fue un augurio que los persas no pudieron soslayar… y que los griegos recibieron con satisfacción.






LOS INMORTALES ENTRAN EN ACCIÓN

El segundo día de la batalla, los atenienses y los espartanos se situaron en sus respectivas posiciones defensivas: Temístocles en el estrecho de Artemisio y Leónidas y sus trescientos espartanos en el paso de las Termópilas. « A la salida del sol del segundo día, Jerjes decidió enviar a la élite del ejército persa: la sigilosa y enmascarada infantería pesada conocida como “los Inmortales”. Diez mil hombres, en silencio, avanzaron formando un rectángulo, directos hacia los espartanos. No llevaban cascos, sino una capucha de tela fina llamada tiara, a través de la cual podían ver» , describe el profesor del Saint Anselm College de New Hampshire (Estados Unidos) Matthew Gonzales. El nombre de Inmortales proviene de Heródoto que los llamó los « Diez Mil» o Athanatoi (literalmente, inmortales). Comandados por Hidarnes, hermano de Jerjes, mantenía siempre la cantidad de diez mil hombres. « Cada miembro muerto, herido o gravemente enfermo era sustituido inmediatamente por otro, razón por la cual en apariencia nunca morían» , apunta el escritor Steven Pressfield.


Los Inmortales llevaban bajo sus túnicas corazas formadas por placas de escaso espesor. Sus piezas de metal superpuestas no eran más gruesas que naipes y nada podían hacer contra la fuerza y la precisión de las dory de los espartanos. Un escudo de cuero y mimbre, una lanza corta con punta de hierro y un contrapeso en el otro extremo, un arco y un carcaj con flechas, y una daga o espada corta completaban sus armas. Pero de poco les sirvieron. Los escudos persas de mimbre « funcionaban muy bien contra simples jabalinas o puñales o para protegerse de flechas, pero comparados con los escudos de los griegos, que eran de latón o bronce, no ofrecían resistencia a las lanzas de la infantería griega» , indica Gonzales. Las lanzas de los Inmortales tampoco servían para penetrar la armadura griega, mientras que las de los griegos llegaban sin problemas hasta su objetivo. « Hombre a hombre, compañía por compañía, sección por sección, no fueron rivales para los espartanos en el combate cuerpo a cuerpo» , cuenta Pressfield.


Resultó evidente: los Inmortales nunca habían luchado contra un ejército hoplita bien entrenado, bien equipado y tácticamente tan flexible. Al final del segundo día, el número de bajas entre los persas fue enorme y el ejército de tierra, una vez más, había sido detenido. En dos días en la lucha en las Termópilas, Leónidas había repelido todos los ataques de los persas y había perdido sólo unos pocos hombres. Mientras tanto, frente a la costa, después de la terrible tormenta de la noche anterior que había destruido los barcos persas que circunnavegaban Eubea, Temístocles pudo concentrar sus fuerzas en un solo frente. Pero seguía en una inferioridad numérica de cinco a uno. « Aunque los detalles exactos de la batalla se desconocen —indica Gonzales— los trirremes griegos consiguieron destruir de nuevo muchos barcos de guerra persas» . La derrota se volvía a repetir, en el mar como en tierra. Los persas habían intentado de nuevo derrotar a Temístocles y tampoco lo consiguieron. El frente griego seguía resistiendo.





UN PASO SECRETO PARA RODEAR A LOS GRIEGOS

La irritación de Jerjes aumentó. « Era como si estuviesen atrapados en ese cuello de botella y tuviesen que salir de ahí. Habían atacado con la infantería ligera y sufrido una importante derrota. Habían atacado con sus mejores tropas, la infantería pesada y sufrido otra importante derrota. El ejército se encontraba inmovilizado. Tenían que comer cada día y no conseguían avanzar. La solución fue localizar una ruta que rodeara la posición espartana» , explica Richard A. Gabriel. Tras dos días de esfuerzos infructuosos por quebrar las defensas griegas en las Termópilas, el rey persa encontró la solución que pondría fin a una de las batallas más famosas y heroicas de la historia.


Un pequeño sendero que partía del campamento persa y rodeaba el monte Calidromo les permitió situarse detrás de las líneas griegas. Los historiadores no saben con certeza cuándo descubrió Jerjes la existencia de este camino.



Algunos creen que un espía griego llamado Enaltes —un espartano desechado en busca de aceptación social, que al no conseguirla se convirtió en un traidor— se lo mostró posiblemente durante el segundo día de la batalla. De esta forma, tras comprobar que no podía atravesar la férrea defensa griega y sabiendo que su suministro de alimentos se estaba agotando, Jerjes recibió la ayuda para cambiar el estado de cosas de donde menos lo esperaba: de un griego.



 Decidió utilizar el sendero que le permitiría pasar la cadena montañosa sin tener que atravesar el desfiladero « al anochecer del segundo día, después de que el ataque de la infantería pesada hubiera fracasado. Ordenó un movimiento de tropas al amparo de la oscuridad y diez mil hombres recorrieron ese sendero rodeando la posición espartana» , cuenta Richard A. Gabriel.


Leónidas conocía ese sendero y sabía que podía ser un punto débil en la retaguardia; por eso días antes de que comenzara el enfrentamiento con los persas había situado un millar hombres en la parte superior del paso, cerca de la localidad de Focia. Este contingente estaba compuesto por focios. Sin embargo, cuando los persas llegaron a la posición, la línea defensiva había desaparecido. « En lo alto del risco estaba una intersección que llevaba hacia Focia y, por alguna razón, estas tropas creyeron que el ataque se iba a producir en su patria, así que se replegaron para protegerla y para defender a sus familias» , apunta Gabriel. Hay historiadores que afirman que, sencillamente, los soldados que estaban salvaguardando el camino al ver la magnitud de las tropas de Jerjes, se retiraron sin presentar batalla. De cualquier forma, los persas encontraron el camino libre.



En medio de la noche, los exploradores griegos informaron a Leónidas de la deserción de los focios. Pero cuando los griegos advirtieron la traición y a era demasiado tarde. Sabiendo que su posición había sido rebasada y consciente de la posibilidad de la derrota, Leónidas ordenó la retirada de la infantería griega. « No podía ordenar sin más a cuatro mil soldados que dieran media vuelta, entre otras razones porque el enemigo habría sabido de inmediato lo que estaba ocurriendo y atacaría desde el frente. Pero, al mismo tiempo, no podía esperar hasta estar totalmente rodeado. Tenía que retirar unidades relativamente pequeñas progresivamente, con la esperanza de que ese movimiento pasara inadvertido y el enemigo no descubriera que el frente se había reducido» , señala Gabriel. Al amanecer, todas las tropas griegas se habían replegado.



 Todas excepto Leónidas, los trescientos espartanos y unos mil soldados de la ciudad estado griega de Tespias. « Es poco conocido este dato de la batalla; alrededor de un millar de tespios decidieron quedarse y luchar con los espartanos hasta el final. Se desconoce porque la batalla de las Termópilas se ha mitificado en el transcurso de la historia, de modo que parece que sólo trescientos espartanos se enfrentaron a millones de persas. Pero no fue así» , asegura el arqueólogo David George. Eran poco más de un millar de hombres y sabían que iban a morir; rodeados de miles de soldados enemigos, resistieron negándose a abandonar. « Hubo un gran momento en el que los espartanos avanzaban hacia la línea del frente para morir y sus aliados se retiraban para sobrevivir. Para mí, ése es el momento más emotivo de la batalla» , señala Pressfield.



¿Por qué lo hizo? ¿Por qué Leónidas no retiró sus tropas y se fue con ellos? Hay quien afirma que pretendía cumplir la profecía del oráculo, aquél que indicó que « todas sus gloriosas ciudades serán tomadas por los hijos de Persia, o toda Esparta deberá llorar por la pérdida de un rey » . En opinión de David George, en la mente de Leónidas, ese sacrificio significaba salvar Esparta. « Ésa es la razón por la que se quedó y decidió librar una batalla quijotesca que sabía que estaba destinado a perder. No lo hizo para convertirse en un mártir o porque hubiera sido adiestrado para quedarse y morir. Todo lo contrario. Como soldado espartano, había sido adiestrado para actuar con sigilo, para robar, para llevar a cabo maniobras de evasión. Pero, como espartano, creía en los oráculos. Como espartano, su deber era quedarse y morir por el Estado» .



 Desde una perspectiva militar, los motivos que pudieron inducir a Leónidas a permanecer allí pudo ser cubrir una retirada estratégica. Cada día que pudiera retrasar al enemigo, daba a los griegos que se retiraban la oportunidad de reconstituir el ejército y conseguir nuevas posiciones defensivas. « Los soldados que abandonaban las Termópilas todavía debían recorrer una gran distancia antes de reunirse con otras tropas. Básicamente, decidió permanecer allí para ganar un día o dos más; él mismo y su guardia personal se convirtieron en la cobertura de una retirada estratégica o táctica» , sostiene Gabriel.






LA ANIQUILACIÓN DE LOS TRESCIENTOS

Los historiadores nunca sabrán por qué Leónidas decidió permanecer allí. Pero el recuerdo de esa última batalla se ha mantenido por siglos. Tras dos días de repeler los ataques persas y a pesar de saber que éstos habían descubierto el modo de desbordar sus flancos, los espartanos el tercer día se prepararon con calma para la batalla. « Los exploradores persas que los vigilaban vieron a los espartanos haciendo ejercicios desnudos, untándose con aceite, aseándose, arreglando sus largos cabellos y peinándolos y no comprendieron qué sucedía» , explica Gonzales. Estaban preparando sus cuerpos para la muerte. Aseados y preparados para el combate, se encaminaron al campo de batalla plenamente conscientes de que seria por última vez.


« Eran guerreros profesionales. Así se definían ellos mismos, así definían su posición en la sociedad. En mi opinión, esperaban con placer esa batalla. Sabían que estaban en inferioridad numérica pero pensaban que eran mejores. Probablemente esperaban la batalla con placer desde una perspectiva psicológica y social» , matiza Gabriel.


Heródoto describió el enfrentamiento final: « Por un lado, los bárbaros que rodeaban a Jerjes progresaban hacia el frente. Por otro, los griegos que rodeaban a Leónidas, sintiendo que estaban a punto de librar su última batalla y morir, avanzaron mucho más que antes, hacia la parte más ancha del paso. Con la certeza de que la muerte venía hacia ellos con los que se desplazaban en torno a la montaña, mostraron frente a los bárbaros toda la fuerza que poseían y lucharon como unos locos a los que no les importaba nada salvo ese momento» .




 « No podemos saber con certeza lo que ocurrió durante el combate —indica Gabriel— pero seguro que, después de que los persas atacasen desde el frente y la retaguardia, los griegos rompieron la formación de falange. Una vez rota, los espartanos no fueron tan fuertes como lo habían sido los dos días anteriores» . El campo de batalla se convirtió en un caos donde, básicamente, cada uno luchaba por su vida. « Pese a su valeroso esfuerzo y los años de intenso y brutal entrenamiento militar, sólo era cuestión de tiempo que estos soldados fuesen aniquilados» , añade Gabriel.


Heródoto escribe que, al principio de la batalla, Leónidas fue alcanzado por las flechas enemigas y que hubo una gran lucha entre sus hombres y los persas para llevarse su cuerpo del campo de batalla. Narra que su oficial Dienekes, aquél que bromeó ante la amenaza de los medos de disparar sus arcos hasta cubrir el sol con una espesa nube de saetas, rescató el cuerpo de su rey y, junto a los pocos soldados espartanos supervivientes, se retiró a la zona más estrecha del paso. Los persas recurrieron a sus arqueros una última vez. Después, todos los espartanos cayeron muertos. Su heroica muerte en el paso sirvió para que sus compañeros lograsen sobrevivir y ganó tiempo para Grecia. Un gran relato heroico que se recordaría siempre. En honor a aquellos soldados se grabó después en el desfiladero una inscripción que reza: « Oh, extranjero, informa a Esparta que aquí yacemos obedientes a sus órdenes» .



Después de la matanza, Jerjes recorrió el campo de batalla. Había perdido en tres días casi veinte mil hombres, entre los que estaban dos de sus hermanos. Ordenó que sus soldados caídos fuesen enterrados para que el resto de su ejército no se desmoralizara ante la visión de los cadáveres en descomposición. Jerjes mandó también que la cabeza de Leónidas fuera cortada y clavada en una estaca. Ante Jerjes se abría ahora el camino despejado. La ciudad-estado griega de Atenas estaba condenada.





ATENAS ES REDUCIDA A CENIZAS

Jerjes condujo su ejército a través de las Termópilas, haciendo que las tropas griegas se dispersaran a su paso y devastando Beocia y el Ática. Algunas de la ciudades-estado griegas que habían sido aliadas de Atenas se unieron a los persas por conveniencia. Mientras, frente a la costa de Artemisio, Temístocles lograba detener de nuevo a la flota persa, pero esta vez sufrió importantes bajas y perdió parte de sus barcos. Tras la derrota de la defensa terrestre griega, ya no había ninguna razón para que Temístocles siguiera defendiendo el estrecho de Artemisio y decidió dirigir el resto de la flota hacia el sur para reagruparla y poder continuar la lucha en un futuro.


Sabiendo que la destrucción de Atenas, la cuna de la democracia, era inevitable, los atenienses recurrieron al oráculo de Delfos en busca de consejo. « ¿Por qué os quedáis sentados esperando la muerte? Huid hacia el punto más alejado de la Tierra… Zeus, el que todo lo ve, os ofrece una pared de madera… Lo único que será indestructible y os salvará a vosotros y a vuestros hijos» , dijo el oráculo. « Como era frecuente en los oráculos, su significado era críptico, y muchos atenienses creyeron que les estaba diciendo que permanecieran tras los muros de la Acrópolis. Pero Temístocles consideró que los muros de madera hacían referencia a los buques de la armada y que la ciudad debía ser evacuada» , señala George.


Dos meses después de la batalla en las Termópilas, Jerjes cumplió su promesa de vengar la quema de Sardes, la capital de Jonia, y la derrota en Maratón. Habían hecho falta veinte años, dos grandes invasiones intercontinentales y la pérdida de decenas de miles de vidas pero, finalmente, Jerjes redujo a Atenas a cenizas. Sin embargo, los atenienses lograron evitar una matanza, la población no combatiente evacuó la ciudad, buscando refugio en Trecén, Egina y Salamina, mientras que la mayor parte de los hombres en edad militar se embarcaron para dar la batalla con las naves. Las únicas victimas mortales fueron aquéllos que se negaron a abandonar su templo y su dios en la Acrópolis. Los persas saquearon y arrasaron todo, incluida la Acrópolis. Mientras, las fuerzas espartanas y atenienses establecían su última línea de resistencia en el lado oriental del istmo de Corinto, en el golfo Sarónico. Un mes después de la destrucción de Atenas, los griegos lograron su propia venganza. Jerjes fue engañado por un astuto mensaje de Temístocles para atacar en condiciones adversas a la nota griega, en lugar de enviar parte de sus barcos al Peloponeso y esperar simplemente la disolución del ejército griego tras un prolongado asedio. Temístocles atrajo a las naves del rey persa al interior del estrecho de Salamina, donde muchos atenienses se habían refugiado y donde trescientas sesenta y ocho naves griegas esperaban a los persas. Aunque las opiniones de los estudiosos difieren sobre los detalles exactos, parece que un agente doble griego pasó información falsa a los persas sobre la posición de los griegos.


El caso es que los persas entraron en el estrecho de Salamina y fueron sorprendidos y rodeados por la nota griega. Temístocles destruyó gran parte de la armada persa. La batalla naval librada en Salamina, en el otoño del 480 a. C., fue mucho más que un revés en una campaña victoriosa para los persas hasta ese momento. « Es, probablemente, el suceso estratégico más importante de esta guerra entre persas y griegos. Los persas derrotaron a los griegos en las Termópilas e incendiaron Atenas. Pero el daño que la armada griega infligió a la flota persa en Salamina fue tan importante que Jerjes tuvo que retirarse. Tenía que regresar a casa por mar y, si no contaba con los suficientes barcos de guerra para defender su travesía, estaba condenado. Así que decidió abandonar Grecia para no volver» , explica Gabriel.



Ante la posible pérdida de la comunicación por mar con Asia Menor, Jerjes decidió retornar a Sardes. Muchos historiadores lo consideran el principio del fin del Imperio persa pues la confianza de los griegos creció hasta atacar a los persas en su propio territorio. El ejército que dejó Jerjes en Grecia al mando de su cuñado Mardonio fue derrotado en 479 a. C. en Platea, batalla en la que murió el propio Mardonio. En el mismo año, la flota griega al mando del también espartano Leotíquidas los derrotaba en la batalla naval de Mícala, cerca de Priene, en Jonia. La posterior derrota persa en Sestos supuso la libertad de las ciudades griegas de Asia Menor y la renuncia de Jerjes, que dejó de entrometerse en la política griega.



« Los griegos persiguieron a los persas en su regreso a Asia e incendiaron el gran puente de pontones que éstos habían construido sobre el Helesponto. Dejaron que ardiera en el mar Egeo pero, antes de quemarlo, retiraron los cabos de lino y papiro que amarraban los barcos entre sí y los conservaron como trofeos. De hecho, eran tan apreciados que los atenienses los depositaron en su recién reconstruido Partenón» , cuenta el arqueólogo David George.




EL IMPULSO A LA DEMOCRACIA

Las diferentes ciudades-estado griegas, como Atenas y Esparta, lograron dejar a un lado sus diferencias y pudieron unirse para luchar contra Persia como un solo pueblo; esta unidad se aplicó por primera vez en el paso de las Termópilas. « No solemos apreciar la gran importancia de las Termópilas, no desde una perspectiva militar, sino desde una perspectiva simbólica y cultural. Grecia se estaba convirtiendo en algo que nunca había sido. Estaba dejando de ser un batiburrillo de pequeñas ciudades-estado para convertirse en una nación con un sentimiento de unidad, que comenzaba a identificar sus propios valores y culturas no como ciudades-estado individuales, sino como una nación, como un todo» , señala el escritor Richard A. Gabriel.



Esta opinión sin embargo peca de simplista desde el punto de vista de la historiografía académica, pues el concepto de nación es muy posterior. Además, la división entre los griegos se iba a hacer patente a continuación de las guerras médicas, en la guerra del Peloponeso entre las distintas polis. Sería precisamente a raíz de este conflicto entre griegos cuando algunos comenzaran a plantear la idea de una unidad panhelénica, aunque ésta no se produciría hasta siglo y medio después, porque fue impuesta por la fuerza con la conquista de toda Grecia por Filipo de Macedonia.


Después de la victoria de Salamina, Temístocles se convirtió en el hombre más admirado de Atenas. Se dedicó a la reconstrucción de la ciudad, construyendo las murallas y fortificando el Pireo. Pero la fama le duró poco. En el año 471 a. C. fue relegado por ser partidario de una alianza con los persas frente a Esparta, a la que veía como un peligro futuro para su ciudad. Caído en desgracia, fue sustituido por Xantipo y Arístides, y se retiró a Argos, donde fue acusado de fomentar el movimiento democrático. Para evitar la muerte, se refugió en el único lugar que le abrió las puertas, el Imperio persa, que aceptaba a cualquier político experimentado, incluso al causante de su anterior derrota. Se refugió, pues, en la corte de Artajerjes I, hijo de su enemigo Jerjes, quien le confió el gobierno de Magnesia de Meandro, donde falleció en el año 460 a. C. Según cuenta la tradición, Temístocles se envenenó para no ayudar al rey de Persia en un nuevo intento de conquista de su patria.


Tiempo después, Filipo de Macedonia (382-336 a. C.) daría un paso más al conquistar las ciudades-estado griegas, y reunir Grecia bajo un único poder. Con el país unido, su hijo, Alejandro Magno, destruyó el Imperio persa y expandió la cultura griega por todo el mundo.



« Las guerras se ganan quebrando la voluntad del enemigo de seguir luchando. Y, en las Termópilas, Leónidas y los espartanos comenzaron a quebrar la voluntad de los persas» , sostiene el catedrático de Estudios Helenísticos Guy McLean Rogers. Para la mayoría de los historiadores, sin la resistencia en las Termópilas, los persas muy posiblemente hubieran conquistado la Hélade y convertido esta parte del mundo en una provincia más de su vasto imperio. Y tal vez hoy Occidente no sería lo que es si Leónidas y los suyos no hubieran intervenido en el decurso de la historia.



Tendrían que pasar otros ciento cincuenta años para que los griegos se encaminasen a la victoria sobre los persas. Pero, entonces, el recuerdo de la gloriosa hazaña de los trescientos espartanos sirvió para alentar su espíritu de lucha. « Si los persas hubiesen salido victoriosos —añade Rogers— la democracia se habría congelado. Y resulta inconcebible que la democracia hubiese surgido en cualquier otro lugar de Oriente Próximo o el mundo griego. Por lo tanto, en mi opinión, ése habría sido el fin de la democracia» .



Durante siglos, innumerables historiadores, filósofos, escritores, estudiosos militares y pensadores han reflexionado sobre esta derrota que se convirtió en victoria moral; una batalla perdida, pero que permitió a los griegos reorganizarse para seguir luchando contra los persas, que acabarían vencidos en Salamina. Muchos admiran y aprecian el heroísmo y la valentía de los espartanos aunque, tal vez, lo más importante sea lo que esa batalla significó para la civilización occidental y para el mundo. Una historia que merece la pena recordar porque fue uno de esos acontecimientos esenciales que nos explican como europeos y occidentales.








Del Canal Historia


 

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